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Una verdadera epopeya llamada 300 Indy

28 de febrero de 2022 | Compartir en

FOTO REVISTA EL GRÁFICO. El ganador Al Unser y el único argentino participante Carlos Alberto Pairetti en las 300 Indy.

La competencia más importante en los casi 103 años que lleva transitados la historia del automovilismo deportivo a partir de aquel primer desafío asumido por el Club Atlético de Rafaela en 1919, es uno de esos acontecimientos que merecen relatarse a título personal.

Quienes tuvimos el privilegio de ser testigos de la memorable e irrepetible "300 Indy", hace exactamente 51 años, conservamos vivo en el recuerdo los hechos, las situaciones y los protagonistas de aquella verdadera epopeya.

La fecha del 28 de febrero de 1971 quedará, por siempre, marcada a fuego. Pero, antes de ese domingo, se escribieron varios capítulos que merecen repasarse, quizás sin un estricto orden cronológico, pero que se presentan con absoluta nitidez en la memoria, a más medio siglo de distancia.

Las gestiones se iniciaron con bastante anticipación, como lo requería un evento de semejante relevancia. Si en la actualidad resulta complejo negociar en ese nivel, en aquella época, se podía definir al emprendimiento como algo utópico.

FOTO ARCHIVO. Hombres y máquinas ordenados en la recta principal ante una verdadera multitud.

El doctor Virgilio Márquez fue el responsable de llevar adelante un contacto que, se sabía previamente, iba a generar no pocas dificultades, teniendo en cuenta que hasta entonces los pilotos y autos de la denominada Fórmula Championship, salvo escasas excepciones, no competían fuera de los Estados Unidos.

Intentarlo, al menos, valía la pena. Debieron pasar algunas generaciones dirigenciales a partir del momento que los más visionarios se ilusionaron con trasladar el espectáculo más convocante del deporte motor estadounidense y del mundo entero hasta el otro extremo del continente.

Porque, según reflejaban las crónicas de aquella época, ese primer acercamiento aporó un mayor entusiasmo a quienes soñaban con hacer realidad ese sueño, porque el objetivo, esa vez, aparecía como factible.

La determinación y el empuje de un grupo de emprendedores, liderados por el ingeniero Eduardo Ricotti, presidente en ese tiempo de la institución rafaelina, asumió el desafío, respondiendo con su peculio a la hora de afrontar un costo económico significativo.

Luego de un acuerdo preliminar, se sucedieron las visitas de Henry Banks, el emisario del United State Auto Club a la ciudad, para inspeccionar las condiciones que presentaba el autódromo, pavimentado hacía apenas cinco años.

Las exigencias, en materia de infraestructura y de seguridad, obligaban a una transformación del escenario. La inversión que esas modificaciones reclamaban no solamente parecían estar lejísimo de lo estimado, sino que además debían realizarse en un tiempo tan breve que obligada a una labor titánica.

El compromiso era mayúsculo desde el lugar que se lo analice, pero el esfuerzo logró superar cada uno de los obstáculos que se fueron renovando a lo largo de esos meses, que transcurrían con una increible celeridad.

FOTO ARCHIVO. El inalcanzable Colt Ford turbo que condujo a la victoria el recordado Al Unser Sr.

Muchísima gente. Hombres y mujeres, se involucraron en el proyecto. La fecha se acercaba de manera vertiginosa, pero nada ni nadie podría detener el impulso conmovedor de aquellos gringos de manos curtidas que trabajaban casi sin pausas en un circuito que iba variando progresivamente su fisonomía.

En medio de tanto compromiso, hubo que solucionar un problema impensado, al tener que cambiar la aerolínea que transportaría a los estadounidenses, a los vehículos de competición y al arsenal de elementos que se utilizarían en aquella histórica carrera. El tema, en definitiva, pudo resolverse con la urgencia que esa situación requería... y con una buena cantidad de dólares.

El arribo al aeropuerto de Paraná, nos hizo sentir más cerca de la realidad. Ni hablar del posterior traslado de los autos, que una vez llegados a Rafaela, fueron depositados en los talleres de Carlos y Américo Grossi, sobre calle 25 de Mayo, para ser derivados sin escalas a los salones, en el lugar que ocupa actualmente el Supermercado Pingüino, en bulevar Lehmann.

Ubicado a poco más de dos cuadras del lugar en el que vivía con mis padres, dirigirme hacia ese “santuario” en el que descansaban los autos, se transformó en un compromiso ineludible, hasta que llegó, finalmente, el momento de llevarlos al autódromo, previo tránsito por un sector de tierra, que los yanquis aceptaron con una excelente predisposición, como una de las tantas reglas de juego.

FOTO ARCHIVO. El Ing. Eduardo Ricotti le entregó el trofeo al ganador Al Unser Sr. y su madre Mary.

No voy a olvidarme jamás de la sensación de felicidad que recorrió cada rincón de mi cuerpo en el momento que mi padre, entradas en mano para un lugar de privilegio en la tribuna de cemento, me hizo un regalo que le seguiré agradeciendo hasta mi último día.

Como laburante, había realizado un esfuerzo muy grande para conseguir una ubicación que nos permitiría observar el recorrido completo del óvalo, que hace 51 años era cubierto en menos de un minuto y a un promedio cercano a los 280 kilómetros por hora.

Hoy, a 51 años de las "300 Indy", tomo conciencia de la tremenda velocidad que alcanzaban esas máquinas cada vez que accedo a un dato estadístico. Pero de todos modos, para graficar esa realidad, debo mencionar que consumían en un puñado de segundos las rectas, que en esos días ya no parecían interminables.

Recuerdo la pole de Lloyd Ruby, el del típico sombrero tejano, estableciendo una marca excepcional que hoy sigue vigente. También desfilan en mi memoria, la contundencia del campeonísimo Al Unser con su increíble Colt - Ford, el mismo auto que tuve el privilegio de admirar una vez más, casi 40 años después, en el Salón de la Fama del Indianápolis Motor Speedway.

Aquel 28 de febrero de 1971, por obra y gracia de los dirigentes de Atlético y de la ciudad toda, Rafaela vivió durante varios días, una fiesta inolvidable. Como ninguna otra en sus más de 100 años de historia como escenario de competencias automovilísticas. Y que pretendo evocar, en este día, como un humilde, pero muy sincero homenaje, a quienes la hicieron posible.

Víctor Hugo Fux (Editor periodístico de Fierros Calientes).